Hace 42 años, el lunes 22 de marzo de 1982, se realizó la ceremonia de bienvenida de «los primeros estudiantes de la carrera». La carrera, la sexta del país, había sido creada en 1981 por la arquitecta Angela Schweitzer.
Cada estudiante y profesor recibió una particular invitación impresa en papel kraft que venía plegada. Esa invitación traía un fragmento de un poema.
Al momento del acto, los dividieron en grupos, les dieron un tiempo para que juntaran de alguna forma los fragmentos poéticos, y luego los nuevos y únicos estudiantes presentaron una reconstrucción del poema. Finalmente, en la lectura de esos fragmentos se generó un acto poético.
El ejercicio lúdico, jugaba con la improvisación y el azar, ya que hubo poco tiempo para conocerse y presentarse como grupo, y definir un guion de lectura.
Podemos imaginar este afectivo momento, de estudiantes rodeados de temores y ansiedades frente a la improvisación, del tener que enfrentarse a desconocidos, y la curiosidad de hacer nuevos amigos, del descubrimiento de los juegos inteligentes, desprejuiciados, que enfrentaban con la elegancia y poesía el improviso y las infinitas posibilidades del azar.
Además, fue entregado un «mensaje al estudiante de arquitectura» escrito y firmado por Schweitzer. En sus mensajes, evocaba la ingenuidad de la infancia, de los juegos en la arena, en las improvisaciones de arquitecturas bajo la mesa, en la sorpresa de enfrentar a nuevas e impactantes construcciones, en la importancia de los viajes, y a la conciencia y responsabilidad necesaria frente a la cruda realidad de las familias sin hogar.
Algunos meses después de ese evento primigenio, el poeta Andrés Sabella, publicó una nota en la prensa titulada: «Arquitectura nacionalista», en el cual iluminaba sobre el sentido que debería poseer esta nueva carrera.
Sabella decía que, en Chile, el factor común para que una arquitectura tuviese una carácter nacional y nacionalista, era ser la lógica extensión de las características regionales transmitida a la expresión de las construcciones.
En las palabras de Sabella, podemos ver una serie de preocupaciones que son parte de esta escuela desde su primer plan de estudios. En su escrito critica las materialidades falsas, exigiendo la verdad de los materiales. Se refieres a la importancia del reconocimiento del lugar, de la topografía y de las particularidades climáticas, así como de los sensibles aspectos psicológicos del ser humano.
Algunos años más tarde, la profesora Glenda Kapstein, decía que la Escuela como laboratorio de observaciones, le había dado la oportunidad de responder algunas preguntas que ella se había hecho al llegar al norte:
«¿cuáles son los elementos que amarran la arquitectura al lugar, de modo que se constituya en parte del paisaje y a su vez colabore a la memoria e identidad de sus habitantes?, ¿cuál es el carácter de la arquitectura de este lugar, de clima y condiciones extremas de desierto?, ¿cuáles son las invariantes que debieran transformarse en un hecho vital para la arquitectura del desierto, llamado el más árido del mundo?»
Sus reflexiones son cada vez más actuales, ya que cada vez más la complejidad de nuestras realidades requiere y revelan más aspectos a investigar, para desarrollar nuestra propias propuestas y soluciones, y no simplemente dejarnos llevar por las imposiciones de mundo global, ya que nuestras realidades distan mucho de las soluciones estandarizadas.
Habitamos, vivimos y estudiamos en ciudades singulares. Por un lado, tenemos ciudades muy nuevas que han hecho frente a la adversidad del desierto extremo y de la ausencia de agua dulce, como Iquique, Tocopilla, Mejillones, Taltal y Chañaral, por otro lado, hay otras mucho más antiguas que asociadas a ciertos cursos de agua ha desarrollado asentamientos desde épocas precolombinas, como Arica, Calama y San Pedro de Atacama.
Estos son nuestros campos expandidos, la escuela es nuestro espacio de estudio, investigación y diseño, la escuela es nuestra comunidad del aprender, enseñar e interactuar, la escuela es nuestra plataforma para oír y ser oídos, para observar y visibilizar, para rescatar y valorar, para compartir y hacernos responsables con nuestras comunidades.