Palabras del director

La arquitectura y el norte de Chile, territorios para expresiones latinoamericanas [1]

Dr. Arq. Claudio Galeno-Ibaceta
Director Escuela de Arquitectura

Las piezas más valoradas de la arquitectura moderna y contemporánea construida en el norte chileno están ineludiblemente enlazadas a la variedad de ambientes y paisajes desérticos que componen esos territorios.

Los asentamientos que adquirieron mayor impulso durante los siglos XIX y XX, fueron aquellos principalmente vinculados de alguna forma a la minería, al comercio y servicios, y más recientemente al ocio. De esa forma lo urbano adquirió tres formas genéricas: portuaria, industrial y agrícola (oasis o valles).

Las arquitecturas del norte se asentaron en diversas realidades, algunos contextos poseen antecedentes precolombinos y coloniales como en el caso de Arica y San Pedro de Atacama, debido a sus iniciales tradiciones agrícolas. Otras emergieron en contextos adversos, prácticamente sin agua, pero con accesibilidad marítima, gracias a la vorágine globalizante encauzada por la Revolución Industrial, como en los casos radicales de Iquique, Tocopilla, Cobija, Mejillones, Antofagasta, Taltal y Chañaral. En periodos más recientes debido a la minería y a la astronomía, se han desarrollado arquitecturas en zonas aún más extremas, por ejemplo, las modernas ciudades de Chuquicamata y El Salvador, y en la contemporaneidad las instalaciones del radiotelescopio ALMA o del observatorio Paranal.

Un primer reconocimiento de la arquitectura vernácula y colonial de los territorios del norte chileno fue realizado por el arquitecto y fotógrafo Roberto Montandon. A partir de 1945, fue columnista de la revista turística En Viaje, donde destacaba sitios, paisajes y arquitecturas vernáculas del norte chileno. Luego en 1950, desde el Consejo de Monumentos Nacionales publicó dos libros sobre las arquitecturas regionales de Antofagasta, uno sobre el Pukara de Lasana, una fortaleza atacameña precolombina, y otro sobre iglesias y capillas coloniales del desierto de Atacama.

Los territorios del norte ha sido permanentemente espacios de migración impulsados por el desarrollo de los transportes y de las comunicaciones y motivados por un futuro promisor. Se trata de sitios que se consolidaron como urbes, con sociedades de aventureros y colonos cosmopolitas que viajaron con sus imaginarios y su voluntad progresista. Así en un inicio llegaron británicos, alemanes, eslavos, griegos, españoles, árabes e italianos, así como argentino y bolivianos, entre muchos otros grupos étnicos.

Las primeras obras destacadas en el siglo XIX no fueron las arquitecturas, sino las obras de ingeniería. Domesticar el desierto para la industria minera requirió del trabajo de ingenieros extranjeros que dejaron destacadas construcciones. Una estructura muy destacada fue el Viaducto de Conchi (1887-1888), que fue considerado el puente más alto del mundo, diseñado por Josiah Harding y Edwards Woods, y publicado por la revista británica The Engineer (1889) y la francesa Le Génie Civil (1890).

A los viaductos se pueden sumar las extensas vías férreas, los puertos, las destiladoras solares y a vapor, las represas y los teleféricos, obras que evidencian que la vida moderna en el desierto fue un impulso que derivó del desarrollo tecnológico del siglo XIX, incluso en su medio de representación, ya que fue el ojo mecánico de la fotografía el principal medio que registró el paisaje y los asentamientos del norte chileno.

Algunas de las primeras arquitecturas que conjugaron los avances de la industrialización y la creciente globalización fueron dos obras de Gustave Eiffel en la Arica peruana, la Aduana (1871-1874) y la Catedral de San Marcos (1876).

Por otro lado, en ciudades con escasos recursos de agua y abundante migración de personas la sanidad fue un tema muy relevante, de modo que a los lazaretos se sumaron hospitales y se planificaron los emplazamientos de los cementerios. La Revista de Beneficencia dedicada a difundir las arquitecturas hospitalarias ejecutadas en Chile, publicó en 1918 y 1919 el diseño del Hospital del Salvador de Antofagasta, una arquitectura de estética neoclásica que recogía la tipología higienista del sistema de pabellones, cuyo diseño fue resultado de la colaboración del padre Luis Silva Lezaeta con el arquitecto Luis Jacob de la Sección de Arquitectura de la Dirección de Obras Públicas.

Algunos diseños, que fueron resultado de concursos, fueron publicados por la revista El Arquitecto. En los números de enero y febrero de 1925 se expusieron los diseños del Liceo de Hombres de Antofagasta y el Hotel Pacífico de Arica. Ambos diseños eclécticos fueron realizados por la destacada oficina de los arquitectos Carlos Alcaide y Carlos Cruzat, el proyecto del Liceo nunca fue construido, pero mediante los diseños de los otros competidores (en los Archivos del Ministerio de Obras Públicas) se puede observar una transición de los diseños hacia una búsqueda de una arquitectura nacional y más racional. El proyecto de hotel, un edificio a gran escala de seis plantas, una vez terminado pasó a ser un referente urbano del imaginario de Arica y se convirtió en el principal hotel del norte chileno hasta su demolición a mediados del siglo XX. El norte chileno, previo a la crisis de 1930, seguía convocando a los arquitectos por nuevas obras, por ejemplo, en 1929, Carlos Alcaide hizo proyectos para el Ministerio de Guerra y diseñó un amplio conjunto urbano de edificios neocoloniales para el Regimiento de Caballería nº 8 en Antofagasta.

Luego de la crisis del salitre, que culminó a fines de la década del treinta, la economía del norte chileno trataba de revitalizarse, para lo cual fueron creados en 1935 el Instituto de Fomento Minero e Industrial de Tarapacá (IFMIT) y el de Antofagasta (IFMIA). Para la sede antofagastina fue realizado un concurso, en el cual fue elegido en 1936 el diseño del arquitecto chileno-croata Jorge Tarbuskovic, el cual fue terminado en 1937. Este diseño y otros de esos años marcaron la emergencia de la estética racionalista en Antofagasta, como en los casos del Casino del Balneario Municipal (aún presente) y en el Pabellón de Turismo (demolido).

Diversas instituciones estatales fueron modernizando la vida de las ciudades del norte chileno, por ejemplo la Dirección General de Obras Públicas, la Caja de la Habitación, la Caja de Seguro Obrero, el Servicio Nacional de Salud, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios, la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, el Consorcio Hotelero de Chile (luego sumados a la Hotelera Nacional), la Caja de Empleados Particulares, la Corporación de la Vivienda y la Corporación de Mejoramiento Urbano.

El interés que radica en las estrategias de estas instituciones es su planificación a gran escala sobre el territorio. Por ejemplo, entre varias obras, la Caja de Seguro Obrero construyó bloques de viviendas de altura media denominados como los Colectivos Obreros (1939-1942) en cuatro de las principales ciudades del norte chileno: Arica, Iquique, Tocopilla y Antofagasta, bajo la dirección del arquitecto Luciano Kulczewski y de Aquiles Zentilli. Esos edificios fueron considerados un paradigma de una vida moderna orientada al obrero, ya que, así como los condensadores sociales soviéticos, fueron planeados para mejorar la calidad de vida del proletariado.

Los Colectivos fueron ampliamente reconocidos en su época. Fueron publicados en la revista chilena Urbanismo y Arquitectura en 1940, cuando aún estaban en obras. En 1943, recién terminados fueron registrados en la película documental “Housing in Chile” de Julien Bryan y en 1944, el urbanista Francis Violich los incluyó como ejemplos notables en el libro “Cities of Latin America”, así como la company town Pedro de Valdivia.

Otra institución cuyo plan de acción fue sobre el territorio fue el Consorcio Hotelero de Chile (más tarde integrada a la Hotelera Nacional HONSA). Desde sus inicios, en 1944, la meta fue proveer al norte de Chile con hoteles que ofrecieran las comodidades de la vida moderna. La mayoría de esos edificios fueron proyectados por Martín Lira Guevara, arquitecto del Consorcio, por ejemplo: el Azapa Inn Hotel de Arica, el Hotel Prat y la Hostería Cavancha en Iquique, el Hotel Turismo de Antofagasta, el Hotel Turismo de Copiapó (demolido), el Hotel Francisco de Aguirre en La Serena, el Yacht Club y el Hotel Bucanero en Coquimbo, las Cabinas de Peñuelas y el Hotel Turismo de Ovalle. También la prestigiosa oficina de Bresciani, Valdés, Castillo y Huidobro (BVCH) hizo proyectos para HONSA, entre ellos la destacada Hostería de Chañaral, un diseño ampliamente reconocido por su carácter regionalista y publicado en 1967 por la revista chilena AUCA.

Si bien en ciudades como Antofagasta y Tocopilla, siguieron realizándose obras a lo largo del siglo XX, gracias a una cierta continuidad económica producto de la explotación del cobre, a la inversión privada y a la preocupación de ciertas instituciones locales como la Cámara de Comercio, en Arica el proceso se produjo a partir de los años cincuenta y en Iquique a partir de la década del sesenta.

Arica fue decretado Puerto Libre en 1953, lo que estimuló el desarrollo de un plan de inversiones que incluyó muchas arquitecturas de calidad. Las instituciones que gestionaron esas obras fueron dos, inicialmente la Sociedad Modernizadora de Arica y luego la Junta de Adelanto creada en 1958, y que estuvo en funcionamiento hasta 1976. La primera gestó obras muy relevantes como el conjunto habitacional Chinchorro (1955-1956) y el conjunto Estadio (1956-1957) proyectados por los arquitectos BVCH. La Junta siguió con una extensa variedad de otras obras, por ejemplo la segunda etapa del Estadio Carlos Dittborn (1960) de BVCH; el Casino de Juegos (1960-1961) de BVCH con Gastón Saint Jean; el Conjunto Habitacional Lastarria de Saint Jean con Patricio Moraga y Jorge Vallejos; el Hospital Juan Noé (1967-1970) del arquitecto Eduardo Vásquez del Servicio Nacional de Salud (SNS); el campus Velásquez de la Universidad de Chile (1966-1971) de Mauricio Despouy; el Campus Saucache de la Universidad del Norte (1966-1967) de Eduardo Garretón y Hernán Calvo; la Piscina Olímpica (1968-1972) de Alicia Meza, Sergio Román y Nelson Berthelon; y el Terminal Rodoviario (1971-1976) de Pablo de Carolis y Raúl Pellegrin

A partir de la segunda mitad del siglo XX la modernidad chilena produjo y valoró arquitecturas cuyas configuraciones devenían un pensamiento orgánico. Eso se manifestó en algunas publicaciones que vieron en algunos diseños realizados en el norte chileno como el laboratorio de obras singulares en cuanto diseño y contexto. Por ejemplo, en 1962, Ricardo Braun Menéndez publicó en Buenos Aires una monografía sobre los arquitectos Bresciani Valdés Castillo y Huidobro cuya portada fue un plano del conjunto habitacional Chinchorro en Arica, una composición derivada de las retículas del concepto del edificio tapiz (mat-building).

En 1966 la revista chilena AUCA, en su número 5, publicó un especial sobre el Norte Grande de Chile. Se trató de un ejemplar singular que revela un extenso campo de prácticas sobre los paisajes desérticos del norte. La portada explicita la valoración regionalista y poética con un detalle fotográfico en alto contraste de las ruinas en piedra de una orgánica fortaleza precolombina, en vez de una obra contemporánea. Los artículos mostraron el proyecto del conjunto del Teatro y Municipalidad de Antofagasta (no concluido); la company town de El Salvador; el Colegio Universitario Regional de Antofagasta; el Terminal de Buses en Antofagasta; la producción de la CORVI en el norte con varios proyectos, entre ellos la remodelación El Morro de Iquique; los proyectos urbano-turísticos para Iquique del Parque Balmaceda como el cine Délfico; varios proyectos en Arica entre ellos la Población Lastarria y el conjunto Chinchorro.

En el número 11 de la argentina revista Summa, dedicada a Chile, entre los proyectos destacados estaban dos de Antofagasta, la población Salar del Carmen de Pérez de Arce y Besa, y el Colegio Universitario Regional de Godoy, Konrad, Sartori, Shenke, Wignant y Bruno.

El norte fue visto como expresión singular de una arquitectura orgánica, Moreno y Eliash en la conclusión de su canónico libro de 1989 “Arquitectura y Modernidad en Chile: 1925-1965” sitúan una mayoría de obras del norte como el mejor ejemplo de una modernidad propia que recogen las ideas de regionalismo, mencionando a las obras del edificio de la CORFO en Iquique de Sergio Miranda y Luis Mitrovic; del Casino de Arica y de la Hostería de Chañaral de BVCH; del Museo Gabriela Mistral en Vicuña de Oscar Mac Clure; el Campus Velásquez de Mauricio Despouy en Arica; el Colegio Regional de la Universidad de Chile en Antofagasta (actual Univ. Antofagasta) de Bruna, Godoy, Sartori; y la población Salar del Carmen en Antofagasta de Besa y Pérez de Arce.

La valoración regionalista queda confirmada por el número sobre América Latina que hizo la revista Techniques & Architecture en marzo de 1981. Las obras chilenas fueron introducidas por una imagen de las ruinas de la Fundición Playa Blanca (Ruinas de Huanchaca) y pasaban al conjunto habitacional Salar del Carmen en Antofagasta. Seguían una serie de obras chilenas de gran intensidad regionalista como el conjunto Siete Hermanas en Viña del Mar.

Warren Sanderson en su libro enciclopédico sobre el estado del arte mundial “International handbook of contemporary developments in architecture”, incluyó a varios países latinos. En el capítulo chileno escribió Ramón Alfonso Méndez y menciona al Campus Velásquez, el Estadio y el casino de Arica; la población Salar del Carmen y el edificio de INACAP de Antofagasta; y el Museo Gabriel Mistral en Vicuña.

El norte fue visto como expresión singular de una arquitectura orgánica, Moreno y Eliash en la conclusión de su canónico libro de 1989 “Arquitectura y Modernidad en Chile: 1925-1965” sitúan una mayoría de obras del norte como el mejor ejemplo de una modernidad propia que recogen las ideas de regionalismo, mencionando a las obras del edificio de la CORFO en Iquique de Sergio Miranda y Luis Mitrovic; del Casino de Arica y de la Hostería de Chañaral de BVCH; del Museo Gabriela Mistral en Vicuña de Oscar Mac Clure; el Campus Velásquez de Mauricio Despouy en Arica; el Colegio Regional de la Universidad de Chile en Antofagasta (actual Univ. Antofagasta) de Bruna, Godoy, Sartori; y la población Salar del Carmen en Antofagasta de Besa y Pérez de Arce

En general las obras modernas en el norte pasan por dos grandes etapas, una más rígida, de obras que colonizan y tienden a mejorar racionalmente las condiciones de vida a través de salud, educación y vivienda, y una etapa posterior donde los arquitectos se aventuran en una experimentación conducente a una arquitectura abierta. Las estrategias de arraigo a través del reconocimiento de los valores del territorio por medio de la arquitectura dejaron un significativo legado arquitectónico que no puede ser desconocido. Muchos edificios han construido lugar uniendo lo natural con lo artificial, dramatizando, recreando o inventando la vida en el desierto, pero aún así se han producido pérdidas importantes.

Son diversas las sociedades, las culturas y las estructuras urbanas donde se insertan este patrimonio reciente, mientras Arica mantiene relativamente intacto el legado de la modernidad, en Iquique se desconoce y en Antofagasta se está redescubriendo.

En el advenimiento de la modernidad para el norte de Chile, fue estratégica la exploración sobre las particularidades del territorio desértico. De esa forma la arquitectura moderna consolidó espacios que incorporaban el lugar. Realizándose arquitecturas que, dialogando con las singularidades de cada lugar bajo un lenguaje moderno, incrementaron la pertenencia e identidad de la progresista sociedad nortina durante el siglo XX.

Si nos referimos a la actual producción arquitectónica en la región de Antofagasta, veremos que algunas obras y proyectos definen una interesante orientación que responde a requerimientos propio del desierto, con excepcionales programas de vanguardia, respondiendo a lo ambiental pero también contribuyendo en lo significativo, consolidando el imaginario regionalista. Algunas edificaciones se sitúan en lo urbano, algunas en los márgenes, y otras en una paradójica relación con lo agreste del paisaje, donde se vuelve a acentuar la relación entre naturaleza y artificio.

Entre estas obras, una característica común es su carácter público, por sobre el privado, siendo varias de ellas encargos gestionados por el Estado a través de sus reparticiones, como el Ministerio de Obras Públicas, con resultados de mucho interés, a lo que sumamos ciertas instituciones privadas fundamentalmente empresas multinacionales mineras, y una astronómica, renovando el énfasis en los programas singulares propios de la actualidad del desierto. En el ámbito de lo urbano y de las inversiones públicas y privadas la orientación se ha volcado con fuerza hacia el turismo, un negocio hasta hace poco era visto como sustentable, y que incluye la hotelería y sus servicios asociados.

Por otro lado, es ineludible mencionar que la arquitectura nortina tiene un precedente paradigmático, la Casa de Retiro del Colegio San Luís, 1989-1991, una arquitectura para el desierto, consolidando la tesis planteada por Glenda Kapstein en el libro Espacios Intermedios en 1988. Una obra lamentablemente destruida hace algunos años, un hecho que refleja las presiones inmobiliarias y el desconocimiento e injusticias sobre el patrimonio.

Sin embargo el camino trazado por la Casa de Retiro, es reconocible en muchas obras que le siguieron, de hecho, significativos edificios de gran presencia urbana como el edificio Consistorial de Antofagasta, 1995-2000, proyectado por Iglesis Prat Arquitectos, o el Ministerio de Obras Públicas, 1998-2001, de Undurraga Devés arquitectos, tuvieron su arquitectura centrada en la idea del espacio intermedio llevado a la escala del gran edificio institucional.

En 1993, la frase “ni pena, ni miedo” fue excavada en un llano de la Cordillera de la Costa a lo largo de 3,5 km por el poeta Raúl Zurita[2]. En un aspecto, mediante esta obra territorial, el poeta ha declarado el brío necesario para el artificio del sueño. Pero el ejercicio del geoglifo también acude a una forma de actuar frente al desierto, el verlo como una “tabula rasa”, entenderlo vacío, sin detenernos sobre la fragilidad de su desnudez. Afortunadamente la producción contemporánea de ciertas arquitecturas en el desierto de Atacama acude a palabras comunes, que dicen del encuentro cuidadoso, no fortuito, del artificio con la naturaleza o con su contexto.


[1] Un versión en inglés de este escrito fue publicada en: Architectural Guide Chile. Berlín: DOM publishers. Editores: Véronique Hours, Fabien Mauduit, 2016. Ver aquí.

[2] La ubicación geográfica es: 24°2′49″S – 70°26′43″W.